Los Mecanismos de la Conciencia y el Desarrollo del Ego


“Nuestra percepción de la realidad no es necesariamente la realidad. Nuestra percepción depende directamente del circuito que la conciencia utilice para percibir la realidad”.

Annie Marquier

“El auténtico problema que plantea la conciencia es el problema de la experiencia. Cuando pensamos y percibimos, existe por una parte el ronroneo que produce el procesamiento de la información, pero hay además un aspecto subjetivo. El aspecto subjetivo es la conciencia”.

David  Chalmers


No hay nada más íntimo que la experiencia consciente, ni nada más difícil de explicar. La palabra conciencia tiene su origen en el vocablo latino conscientia “con conocimiento”. Se podría definir la conciencia como el acto psíquico mediante el cual una persona se percibe a sí misma en el mundo. A través de ella, el individuo tiene conocimiento de sí mismo y de su entorno.

Existen determinadas regiones del cerebro que entran en actividad neurológica cuando la persona se percibe conscientemente a sí misma o a lo que le rodea. Esto  ha permitido al mundo de la neuroquímica, la neurología y la neurobiología describir con cierta precisión algunos circuitos escritos en el cerebro físico, que se corresponden con diversas actividades de la conciencia.

El cerebro no genera la conciencia, sino que el nivel de conciencia del individuo determina qué partes del cerebro se van a activar en cada momento y con cada información. Por otro lado, los mecanismos de la conciencia  determinan la calidad de todas las experiencias humanas. Estos mecanismos se han ido modificando a lo largo de toda la historia de la humanidad, en aras de un proceso evolutivo constante, pero nunca ninguno de ellos ha dejado de estar activo para dar paso al siguiente.


Existen tres circuitos que describen los mecanismos de la conciencia:

Cuando aún no teníamos desarrollado el córtex cerebral, la supervivencia llevó a la naturaleza a desarrollar un sistema de reacción rápido y seguro para el ser humano, que se constituyó como el circuito primario. Este sistema permitía que la información llegara con rapidez al sistema límbico, en concreto a la amígdala cerebral que analizaba la información útil para la supervivencia física. La información registrada en esta primitiva parte del cerebro, está grabada de manera precisa y completa desde entonces, e incluye todas las percepciones sensoriales, las reacciones del cuerpo físico, las de la conciencia y las acciones que se llevaron a cabo para asegurar la supervivencia.

El miedo y la alerta, el instinto de reproducción para que la especie continuara y la protección del territorio fueron los mecanismos de este primer circuito. Todas las antiguas percepciones, reacciones y acciones están depositadas en el cerebro desde entonces, siempre han estado presentes en la vida y evolución de todo ser humano y se han transmitido de generación en generación.

Además estas memorias proceden tanto del inconsciente colectivo como de experiencias concretas asociadas al linaje de la especie o de las vivencias y experiencias del propio individuo. Ahora, ante una situación nueva, la amígdala no se entretiene en analizarla, sino que se limita a ver si existe “alguna similitud”  entre ésta y alguna otra de las vivencias o experiencias pasadas y si eso ocurre, envía al cerebro una serie de reacciones idénticas a las del pasado, que sirvieron para asegurar la supervivencia del individuo.

La percepción imprecisa de la realidad asociada a este primer circuito, hacía que los seres humanos primitivos tuvieran reacciones rápidas, pero muy primarias, que les servían para mantenerse vivos. Lo interesante es que aunque ya no seamos seres primitivos y la conciencia haya evolucionado, la amígdala no ha dejado de hacer su función. Utiliza el mismo principio de similitud, con la intención de asegurarnos no tanto la supervivencia en una jungla física, sino la supervivencia en la jungla emocional en la que andamos inmersos.


El segundo circuito es la respuesta inteligente y el nacimiento del ego. Este segundo circuito abrió la puerta a una nueva forma de interpretar la realidad, ya que toda la información, tras haber pasado por el cerebro límbico, comenzó a ser transferida a la corteza cerebral, para que ésta se hiciera cargo de la situación.

La función del córtex o corteza cerebral es analizar las situaciones con más claridad, con más precisión y con más inteligencia, es decir, con más objetividad y a partir de ahí modular, adaptar e incluso inhibir las reacciones primarias, pero no ocurre así, ya que aunque desde entonces, la corteza cerebral es la que debía decidir qué acciones llevar a cabo y así evitar la respuesta irracional, emocional e instintiva, esta parte de nuestro cerebro es muy lenta en el procesamiento de la información, mucho más  que el cerebro instintivo, que siempre le toma la delantera.

El córtex está formado por una capa bien organizada de neuronas y registra los hechos tal como son, sin carga emocional alguna, pero comparado con el cerebro primitivo es muy lento, sólo es capaz de procesar 2.000 bits de información por segundo. Por su parte el cerebro límbico, una amalgama con una estructura muy primitiva, graba las memorias activas, es decir, el acontecimiento en sí y la carga emocional que llevan consigo a una velocidad mucho mayor, 40.000 millones de bits por segundo, lo que sólo permite una percepción aproximada de la realidad.

La amígdala es muy rápida en sus ejecuciones. No deja ni ha dejado nunca de hacer su trabajo. El nacimiento del ego surgió porque a pesar de haber conquistado nuestro medio ambiente y no necesitar ya los mecanismos primarios de supervivencia, el cerebro límbico pasó a hacerse cargo de nuestras emociones. Así que, el tercer circuito es el circuito híbrido mental-emocional, procedente del desarrollo del segundo circuito, en el que el córtex ya está activado y no ha podido dejar de lado al cerebro primitivo.


Como hemos indicado, de la actividad del cerebro límbico procede lo que llamamos ego, ya que aunque, la corteza cerebral se haya desarrollado, la amígdala y el cerebro límbico nunca han dejado de funcionar, han ampliado sus funciones  y se han adaptado a las nuevas situaciones de la vida del ser humano.

Nuestra vida física ya no es la misma, pero nuestra vida psicológica es muy frágil. La amígdala nos “protege” porque con el desarrollo de los cuerpos mental y emocional ha aparecido el sufrimiento. Al ser humano no le gusta sufrir, así que todo lo que puede ser motivo de sufrimiento es controlado por el cerebro límbico. Ya no es sólo el miedo a la muerte física sino a nuestra muerte psicológica, manifestada hasta en los más pequeños detalles. El ego siente que muere hasta cuando pierde la razón.

El sufrimiento es una constante en nuestras vidas. Sufrimos porque tenemos penas en el corazón, porque nos sentimos juzgados,  rechazados o abandonados, porque nos sentimos víctimas de la injusticia, del abuso, porque creemos que hemos fracasado, porque nuestra valía personal no es reconocida, porque no hemos obtenido lo que deseamos, porque nos sentimos solos, impotentes, perjudicados o culpables, tristes,… porque siempre encontramos fuera de nosotros el perfecto agente culpable de nuestro malestar y entonces sufrimos porque el otro nos hace sufrir.

Así que la amígdala se ha ido adaptando y guardando no sólo las situaciones de supervivencia sino  las que nos causan estrés psicológico, es decir sufrimiento mental y emocional. Protege no sólo al cuerpo físico sino a la pseudoidentidad que el ser humano ha ido construyendo con el tiempo, a partir de experiencias mentales emocionales grabadas en su memoria y lo hace de la misma forma que lo hacía cuando sólo el cerebro primitivo estaba activo. La amígdala protege al ego ante cualquier cosa que amenace su identidad, las opiniones, las creencias, las emociones, los pensamientos, los deseos… todo.


Esto significa que cualquier sufrimiento es grabado en el recuerdo por la amígdala, después ella aplica, como siempre, el principio de similitud y aunque ésta sea muy vaga, desencadena una serie de reacciones, pensamientos, sentimientos y acciones que dependen de lo que está grabado en la memoria original. Si la corteza cerebral, a pesar de estar más evolucionada, no es fuerte o no está muy desarrollada o si la carga emocional es muy grande, entonces la amígdala junto con el sistema límbico toman la delantera  y accionan una serie de reacciones, emocionales, físicas y mentales, que no dependen de la realidad en sí, sino de la memoria que se haya activado.

Esto quiere decir que cuando la carga emocional es muy intensa, la amígdala ordena al cerebro su manera de pensar, de sentir y de reaccionar, y lo hace en función de una situación pasada que le sirve de referencia, pero que probablemente no tiene que ver con la situación presente. A su vez, esto provoca que la parte racional, el córtex, pueda ser invadida por una percepción errónea, referida al pasado, lo que ocasiona que ambas partes funcionen de común acuerdo sin que nos demos cuenta de nada. Así pues, las memorias activas  no sólo dan lugar a ciertas reacciones emocionales, sino también a ciertas maneras de pensar y también, a las creencias. Por eso se habla de mente automática, una mente  que funciona como un ordenador preprogramado por el pasado.

Por eso, también, muchas de nuestras reacciones son inadecuadas, excesivas, incongruentes, automáticas, inexplicables, tan primarias como las del hombre en su estado más primitivo. Reaccionamos con el sistema de defensa activado, protegiéndonos de nuestro dolor emocional. Ante situaciones de defensa psicológica, podemos sentirnos  mal, con un nudo en el estómago, con ansiedad, ira y malestar general. El córtex justifica la respuesta y apoya al cerebro límbico en su reacción excesiva. En la actualidad todas las reacciones del ser humano responden a este tipo de mecanismo. Los peligros de nuestra selva son las emociones.


Estamos muy lejos de dominar la corteza cerebral, ni siquiera en las pequeñas contingencias de la vida cotidiana. A lo largo de los siglos, hemos construido unos sistemas de defensa, que junto a la carga emocional de la amígdala, se han grabado en una parte de la corteza cerebral y son lo suficientemente sofisticados como para darnos la impresión de constituir una personalidad. Esto es lo que llamamos ego. Tenemos un superordenador interior formado por materia emocional y mental que extendiendo su actividad más allá de lo que le corresponde, aplica de manera indebida el mecanismo primario de grabación-similitud. En el principio de la evolución, este ordenador tenía su razón de ser, pero ahora se excede en sus funciones y mantiene al ser humano en un estado ilusorio, limitado e ineficaz, fuente de grandes sufrimientos.

Por otro lado, la menor velocidad de la corteza queda compensada por su capacidad para crear de manera libre y original, esto implica que con un desarrollo superior del córtex, podríamos acceder a una nueva percepción de la realidad y a una nueva forma de ver, entender y actuar en la vida. Pero la utilización del cerebro límbico es automática y la del córtex opcional, así que la mayoría de los seres humanos funcionamos reaccionando inconscientemente en un 95% de las ocasiones, como poco, y sólo somos conscientes ante un 5% de lo que percibimos. El término inconsciente se aplica para calificar el conjunto de comportamientos automáticos que un sujeto desarrolla inadvertidamente, es decir, sin darse cuenta, y que, en general, no dependen de su voluntad.

Hay personas más polarizadas por la mente, otras por las emociones, pero en general todos funcionamos con este circuito híbrido, que es un paso intermedio necesario para la evolución. El hipocampo en el neocortex y la amígdala en el cerebro límbico ven todas las situaciones  de la vida, pero cada uno a su manera, así que fluctuamos entre el consciente y el inconsciente, entre dos tipos de percepción y dos formas de reaccionar. Es el iceberg que flota en el mar de la conciencia.


Sin duda, el ser humano es más inteligente cada día, pero una gran parte de la humanidad está al servicio del pánico, el placer y el poder, mecanismos primarios de supervivencia que se han adaptado al mundo psicológico. Por eso, las personas pueden haber desarrollado algunas facetas de su mente y encontrar en su vida una falta total de dominio sobre sus instintos primarios. Son personas que triunfan gracias a sus grandes talentos o una personalidad fuera de lo común, pero que son incapaces de vivir en armonía, de estar alegres, de compartir, de ser realmente felices…La razón es obvia, sus vidas están dominadas por la insatisfacción, el miedo y la carencia. El pánico, el ansia de poder o el deseo de placer manejan su existencia.

El proceso evolutivo de todos los seres humanos no es el mismo, pero cuando en un individuo el córtex cerebral se hace más fuerte, la inteligencia se desarrolla y éste comienza a resistirse a las demandas emocionales inmediatas o angustiadas del cerebro límbico. Al mismo tiempo que la amígdala se inquieta, el individuo comienza a tener  una percepción más objetiva de las situaciones  y un concepto distinto de sí mismo. A la vez, se distancia un poco de los mecanismos automáticos y se hace más consciente de la vida y de lo que ocurre en su interior. Pero esto da lugar a otro problema.

Al ser más conscientes de nuestras emociones, las negativas se nos presentan con claridad y como hemos aprendido a polarizar y discriminar, éstas no nos gustan nada, así que las reprimimos y guardamos, hasta que un día se escapan, cuando menos lo esperamos, o se muestran ante nosotros como en un escaparate. En realidad, es que nunca hemos aprendido a gestionar lo que sentimos y no somos capaces de hacerlo. Además, nos engañamos y creemos que eso que nos disgusta no está en nosotros, porque es malo y propio de malas personas. Sin embargo todo lo feo que vemos en el mundo o que sentimos está en nosotros, hundido, quizás, en las cavernas más profundas del subconsciente, pero siempre activo, esperando la posibilidad de mostrase de una manera o de otra.


A nuestro cerebro consciente le es fácil olvidar, pero la amígdala no olvida nunca, ella tiene guardado todo, hará su trabajo y también hará lo posible por apartarnos de lo que considera peligroso, así que utilizará cualquier estrategia a su alcance, por ejemplo el miedo, el cansancio, el agotamiento, incluso podemos sentirnos enfermos, confundir los horarios, mirar mal el reloj, distraernos o cometer cualquier error que nos aleje de la “situación conflictiva”. En este punto muchas personas recurren a los medicamentos para calmar el dolor, sentirse más fuertes, contrarrestar el cansancio, la tristeza…

El malestar, la fatiga, el cansancio habitual, el hastío, el dolor, el sufrimiento… de muchas personas hoy en día, e incluso la violencia, los enfrentamientos, las luchas y las guerras proceden de este mecanismo del cerebro límbico que cargado de sus propios temores y deseos, resiste y quiere que las cosas pasen en función de sus memorias. No lo hace a propósito, es su forma de cumplir lo que considera su función: la protección permanente de la vida, la del cuerpo, la de las ideas, la de las creencias, la de los conceptos…Además, el pensamiento apoya estos mecanismos e incluso agranda las percepciones erróneas provenientes del cerebro límbico.

Todo esto pone en evidencia que la voluntad consciente objetiva no puede por sí sola neutralizar la carga del inconsciente. Por eso, trabajar con ese mundo oculto y desconocido se hace tan cuesta arriba y los consejos verbales caen en saco roto. Ante cualquier intento de “sanación”, la pseudoidentidad llamada ego se reforzará y estará más presente, porque hemos puesto en marcha recursos mentales para acabar con ella; defenderá su supervivencia y nos engañará, nos hará creer que lo inútil está siendo útil y todo seguirá igual.


A medida que aprendemos, nos damos cuenta de que no se trata de reprimir las emociones, aunque no nos gusten, trabajarlas o pensarlas, sino de aprender a conocerlas, acogerlas, aceptarlas, amarlas y, en definitiva, abrazar sin condiciones lo que somos en su totalidad, ego incluido. Sólo así podemos poner en marcha nuestra liberación y abrir otros circuitos de la consciencia. Todas las emociones tienen muchas cosas que decirnos, escucharlas nos abre las puertas a ese mundo oculto en el que está también lo mejor de nosotros. Somos todo, rechazar una parte de nosotros es rechazarnos e impedir que el amor se manifieste plenamente en nuestra vida.

“Si tratas de rechazar al ego, éste volverá a ti con más fuerza aún. Cuanto más rechaces algo, más va a luchar contra ti ese algo en aras de su supervivencia. Pero cuando puedes amar a tu ego completa e incondicionalmente, y aceptas que forma parte de tu manera de expresarte en esta vida, deja de ser un problema. Ya no impide tu crecimiento; al contrario, es un recurso y un don.

Todos hemos nacido con un ego; es parte natural de quienes somos en este mundo. El ego sólo desaparece por completo después de la muerte. Luchar contra él durante la vida sólo crea más autocrítica. Además, sólo somos capaces de aceptar el ego de los demás cuando amamos incondicionalmente a nuestro ego. Sólo entonces deja de ser un problema, y tu humildad y magnificencia brillan realmente en toda su plenitud”.

Anita Moorjani



FUENTES:

Annie Marquier. El maestro del corazón. Luciérnaga, 2009.

Anita Moorjani. Morir para ser yo. Gaia Ediciones, 2014.

David Iñaki López Mejía; Azucena Valdovinos de Yahya; Mónica Méndez-Díaz; Víctor Mendoza-Fernández. El Sistema Límbico y las Emociones: Empatía en Humanos y Primates Psicología Iberoamericana, vol. 17, núm. 2, julio-diciembre, 2009, pp. 60-69 Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.



Lucía Madrigal                  



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