Emociones y Pensamientos en la Genética


“La química que provoca la alegría y el amor hace que nuestras células crezcan, y la química que provoca el miedo hace que las células mueran. Los pensamientos positivos son un imperativo biológico para una vida feliz y saludable. Existen dos mecanismos de supervivencia: el crecimiento y la protección, y ambos no pueden operar al mismo tiempo”.

Bruce Lipton

“Cuando la conciencia crece, a la vez crece el amor. No pueden permanecer separados, se mueven juntos”.

Osho


Una emoción es un estado afectivo que experimentamos, una reacción subjetiva al entorno, que viene acompañada de cambios orgánicos de origen innato, influidos por la experiencia. En el ser humano la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de procesos cognitivos, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación, pero además, cada emoción tiene su propia bioquímica.

Las emociones tienen una función social y adaptativa. Nacen en el sistema límbico, un área del cerebro que incluye al hipotálamo, la amígdala, el hipocampo y los cuerpos mamilares. Una emoción surge de la activación de un conjunto de neuronas del sistema límbico, como si se tratase de un circuito integrado. Este circuito requiere necesariamente de la secreción de mensajeros, neurotransmisores, para poderse activar y funcionar y para que las neuronas, que lo integran, logren comunicarse.

Existen más de 100 moléculas que tienen actividad de neurotransmisores. Se han descrito desde aminoácidos simples (glicina, glutamato), monoaminas (adrenalina, noradrenalina, dopamina y serotonina) hasta péptidos y hormonas más complejas (oxitocina, vasopresina, cortisol,…Las catecolaminas; dopamina, noradrenalina, adrenalina y cortisol son particularmente importantes para las emociones.

Desde antes de nacer, cuando aún estamos en el vientre de nuestra madre, adquirimos emociones básicas como el miedo, el enfado o la alegría. No obstante, cada persona experimenta las emociones de una manera en particular, ya que esto depende de sus experiencias anteriores, su aprendizaje y todo lo que en general ha quedado grabado, desde siempre, en el sistema límbico de la propia persona, de su linaje y de toda la humanidad.


Las emociones tienen una doble naturaleza. Por un lado tenemos emociones primarias, separadoras, que son los medios que utilizamos para proteger la personalidad. En este apartado podemos encontrar el miedo y todo el arsenal de emociones, llamadas “negativas”, que proceden de un ego programado para la supervivencia física y psicológica. Estas emociones hacen que nos sintamos mal, a disgusto, tensos, incómodos...

Por otro lado, están las emociones “positivas”, unificadoras, genuinas, que parten del corazón y que proceden de un circuito de la conciencia completamente diferente. Éstas hacen que nos sintamos bien de forma natural, a gusto con la vida y con los demás, bien con nosotros... Estas emociones acercan a los seres humanos, nos llevan a crear un mundo de paz y armonía y generan coherencia.

Todas nuestras emociones, “positivas” y “negativas” se expresan a través del deseo, algo que es necesario y parte intrínseca de la naturaleza humana, ya que nos permite, no sólo continuar como especie, sino actuar y crear niveles de conciencia cada vez más elevados. A la vez, todas proceden del mismo lugar y se expresan de forma dual. Cada ser humano elige las que le sirven y lo hace según su conciencia. Al igual que elegimos nuestros alimentos,  todos elegimos los materiales que nos son útiles para  alimentar nuestra vida.

La  “materia” puede vibrar con una frecuencia muy baja (odio, ira, envidia…), media (neutralidad, indiferencia…) o muy elevada (compasión, bondad, generosidad…). El ser humano necesita ese depósito emocional para crear. A esto habría que añadir que todas nuestras emociones aparecen en nosotros para ser sentidas, aceptadas y amadas; todas sin excepción. Aunque al elegir las de baja vibración, hayamos optado por el sufrimiento, la elección es tan respetable y válida como cualquier otra.


Existen 6 categorías básicas de emociones, todas las cuales tienen diferentes funciones:
  • El miedo es una anticipación de una amenaza o peligro que produce ansiedad, incertidumbre o inseguridad. Con el miedo tendemos a la protección.
  • La sorpresa produce sobresalto, asombro o desconcierto. Es muy transitoria, pero puede dar una aproximación cognitiva para saber qué pasa en el entorno. Nos ayuda a orientarnos ante una nueva situación.
  • La aversión produce disgusto, asco. Solemos alejarnos del objeto que nos produce aversión, porque lo rechazamos.
  • La ira produce rabia, enojo, resentimiento, furia o irritabilidad. La ira nos conduce a la destrucción.
  • La alegría nos lleva a la diversión, la euforia, la gratificación, da sensación de bienestar, cuando estamos alegres, nos sentimos contentos y seguros. Tendemos a querer repetir los sucesos que nos producen alegría.
  • Con la tristeza sentimos  pena, soledad, pesimismo. La tristeza nos motiva a una nueva reintegración personal.
Las emociones poseen unos componentes conductuales particulares, que son la manera en que éstas se muestran externamente. Estos son en cierta medida controlables y están basados en el aprendizaje familiar y cultural de cada grupo. Por ejemplo, aprendemos a tener ciertas expresiones faciales, a actuar y gesticular. También aprendemos la distancia entre personas y los componentes no lingüísticos de la expresión verbal.

Los otros componentes de las emociones son fisiológicos, involuntarios e iguales para todos, por ejemplo el temblor, el sonrojarse, la sudoración, la respiración agitada, la dilatación de las pupilas o el aumento del ritmo cardiaco.


Ya vemos que nuestro cuerpo reacciona ante las emociones, lo que significa que algunas de ellas, como la tensión, la tristeza y su consiguiente estrés, traducen alteraciones fisiológicas que cuando se cronifican, pueden participar en la manifestación de patologías características; estas patologías, a su vez, pueden alterar más aún nuestras emociones y crear así un círculo vicioso.

El estrés es un sentimiento de tensión física o emocional. Puede provenir de cualquier situación o pensamiento que nos haga sentir frustrados, furiosos o nerviosos. El estrés es la reacción del cuerpo ante un desafío o una demanda. En pequeños episodios, el estrés puede ser positivo, nos mantiene activos y participativos en la vida, a su vez, nos ayuda a salir de situaciones conflictivas. Pero cuando el estrés dura mucho tiempo, puede dañar la salud. El estrés mantenido produce tensión, miedo y tristeza ante el conflicto, en otras palabras, emociones “negativas”.

Desde el punto de vista evolutivo, el estrés hacía que el hombre primitivo experimentara una estimulación del sistema nervioso autónomo que producía una lluvia de hormonas, especialmente, epinefrina, norepinefrina y cortisol. Estas hormonas son esenciales para preservar la vida en situaciones de huida o lucha. En estos casos el estrés era necesario.

Hoy en día, el estrés nace por diversos motivos, casi ninguno de los cuales afecta realmente a la supervivencia. Sin embargo, casi todos vivimos en un estado de tensión permanente y casi todos estamos estresados. Nos acucian los problemas, nos sentimos enfermos, la vida diaria con sus exigencias nos agobia, son normales los problemas económicos, en el trabajo, los problemas familiares... Ante estas situaciones, el organismo reacciona de la misma manera que en épocas ancestrales y  libera hormonas cuyo exceso puede producir daños directos en el cuerpo: aumentar la presión sanguínea, dañar el tejido muscular, disminuir el crecimiento, producir infertilidad, inhibir al sistema inmune y así hasta modificar la actividad cerebral y llegar a atrofiar el hipocampo.


Pero no todo queda ahí, Gregg Braden, científico e ingeniero americano, nos habla en sus libros de cómo, según la frecuencia de nuestras emociones,  nuestro ADN cambia. A su vez, demuestra que las frecuencias energéticas más altas, impactan en el ambiente de una forma material, produciendo cambios no sólo en el ADN, sino también, en todo lo que nos rodea.

Además añade tres grandes experimentos que sacuden las bases de la ciencia moderna y que constatan que las emociones afectan a nuestro ADN. Los tres experimentos sugieren que todo está conectado a través de un campo de energía, que lo que sentimos nos afecta, que nuestras células sienten, se emocionan, sufren o se alegran con nosotros y que esas situaciones que no sabemos manejar y que estamos tan acostumbrados a vivir con dolor o negatividad, no sólo nos hacen daño, sino que también afectan al universo entero.

El primer experimento, llamado experimento con ADN fantasma, fue realizado a principios de los años 90, por el Dr. Vladimir Poponin, un biólogo cuántico. Mediante este experimento, él quería demostrar la relación del ADN y los fotones. Para realizarlo, vació de aire, por completo, un tubo de vidrio, de forma que sólo quedaron dentro fotones o partículas de luz. Se midió la distribución de estos fotones y se encontró que estaban colocados aleatoriamente dentro del recipiente.

Después se puso dentro del recipiente una muestra de ADN y la localización de los fotones se midió de nuevo. En esta ocasión los fotones se organizaron en línea con el ADN. En otras palabras el ADN físico afectó a la organización de los fotones, lo que implicaba que el ADN físico tenía efecto sobre las partículas que componen nuestro mundo.

A continuación, retiró la muestra de ADN del recipiente y la distribución de los fotones fue nuevamente medida. Los fotones permanecieron ordenados y alineados siguiendo la estructura del ADN, aún sin él. Según Gregg Braden, esto demuestra que nuestro ADN se comunica con las partículas de luz que componen nuestro mundo y habla de la existencia de un nuevo campo de energía que comunica al ADN con los fotones. Todo está conectado.


Para el segundo experimento, se recogió una muestra de ADN de un trocito de piel de la boca de un donante, que colocaron en una habitación diferente a la de éste. El donante fue sometido a “estímulos emocionales”, consistentes en vídeo clips que generaban diferentes emociones genuinas como la tristeza, la alegría, el dolor...

Ambos, donante y su ADN fueron monitoreados y cuando el donante mostraba sus altos y bajos emocionales (medidos en ondas eléctricas) el ADN registraba respuestas idénticas y al mismo tiempo. La energía no se trasladaba de un punto a otro, sino que el efecto era simultáneo, el ADN respondía como si no estuviera separado del donante.

Ante este efecto sorprendente, los experimentadores quisieron  saber hasta que distancia  el efecto se mantendría y separaron al donante de su ADN cientos de Km. Los resultados fueron los mismos. Donante y ADN ofrecieron respuestas idénticas y simultaneas. Esto significa que estamos conectados a nuestro ADN a través de las emociones y por una energía denominada ahora, “energía no-local”.

En el tercer experimento el Instituto Heart Math descubrió que el corazón tiene el campo magnético más grande del cuerpo y que este campo se extiende más allá de él. Así que tomaron muestras de ADN y lo aislaron. Entrenaron a varios individuos para que expresaran emociones, odio, amor, aprecio…Después midieron cómo respondía el ADN y encontraron que frente a emociones como el amor, el aprecio, la compasión…, el ADN se volvía más relajado y expandido, lo que facilitaba la activación de más secciones de sus largas cadenas. De igual modo, cuando se trataba de emociones negativas el ADN se encogía y apagaba secciones.

La conclusión de este tercer experimento fue que el ADN cambiaba de forma, dependiendo de  las emociones. Cuando los individuos sentían gratitud, amor y aprecio, el ADN respondía relajándose y estirando sus filamentos. Un ADN estirado facilita el mantenimiento de un sistema inmunológico fuerte. Cuando los individuos sentían rabia, miedo o estrés, el ADN respondía encogiéndose, se hacía más corto y apagaba muchos de los códigos. Esto demuestra que las emociones tienen la habilidad de modificar la genética y por ende nuestro estado corporal.


Otro experimento curioso lo realizó el Dr. Masaru Emoto. Este científico japonés, estudió los cristales que se forman en el agua, en contacto con diferentes tipos de emociones. Ante emociones primarias, estos cristales se tornaban feos e informes y ante emociones “positivas” se transformaban en estructuras perfectas y hermosas. Podemos pensar que esto no tiene nada que ver con nosotros, pero un 80% de nuestro cuerpo es agua y si los estados emocionales tienen un efecto claro sobre el agua y toda la materia, también lo tienen sobre nosotros.

Existen muchos otros experimentos que demuestran cómo nos afectan nuestras emociones. Últimamente se han detectado un grupo de genes, entre ellos el c-Fos, que se activa después de situaciones de estrés y que manipula la expresión de genes tardíos. Estos genes aún no se conocen, más sí se sabe que actúan en ciertas regiones del cerebro como el hipotálamo y la amígdala y que se encuentran asociados a la agresividad. Además, están vinculados a ciertos problemas de salud serios, como el desarrollo de tumores. Hoy por hoy, la investigación continua, pero no podemos dudar que nos vemos afectados por lo que sentimos.

En estudios recientes, algunos investigadores han encontrado que las ratitas, que la mamá lame, tienen una estructura cerebral diferente a las que no son lamidas, y se ha visto  que los sujetos que son expuestos a estrés desde muy temprana edad presentan una reducción en su hipocampo, una neurogénesis disminuida y una baja formación de neosinapsis. Así mismo se ha observado disminución del hipocampo en personas con depresión y en personas con antecedentes de abuso durante su infancia o con enfermedad de estrés postraumático.


De nuevo llegamos a la misma conclusión. Cuando dejamos que nuestra vida sea dirigida por pensamientos separadores y emociones “negativas”, cuando nos dejamos guiar por el antiguo circuito de supervivencia, vivimos como una máquina y nos identificamos con ella, lo que crea caos en nosotros y a nuestro alrededor. Este caos interno siempre es expresado por nuestro cuerpo. No podemos creer que enfermamos porque algo externo a nosotros llega a nuestra vida. Somos los creadores de nuestra propia realidad. Nosotros experimentamos de una forma o de otra y elegimos sentir lo que sentimos y cómo lo sentimos.

La gran revolución pendiente es entender e integrar, cómo nuestras emociones y pensamientos afectan a nuestra genética y nuestra salud, mediante la respuesta bioquímica que desencadenan en las células. En medio del amor y de la paz, descubrimos la esencia de lo que somos verdaderamente, por encima del ego y de la ilusión, entonces, nuestro cuerpo expresa esas mismas emociones, en forma de salud y bienestar.

No podemos crear un  mundo nuevo, si no trascendemos las emociones primarias y llegamos a una dinámica de amor y unidad. Conocer la realidad dual de nuestras emociones y ser honestos a la hora de sentirlas y aceptarlas  nos ayuda a pasar por el punto de bifurcación hacia el lado favorable, tanto a nivel personal como colectivo. El amor es amarlo todo, ni “malo, ni bueno”, todo, porque el conocimiento y la aceptación de nosotros mismos nos abre la puerta hacia la libertad y la salud.

“El amor es mal interpretado como una emoción, en realidad, es un estado de conciencia, una forma de estar en el mundo, una manera de verse a uno mismo y a los demás”.

   David R. Hawkins

 “Según el entorno y como tú respondes al mundo, un gen puede crear 30.000 diferentes variaciones. Menos del 10% del cáncer es heredado, es el estilo de vida lo que determina la genética”.

 “Las percepciones que formamos durante LOS PRIMEROS SEIS AÑOS, cuando el cerebro recibe la máxima información en un mínimo tiempo para entender el entorno, nos afectan el resto de la vida”.

Bruce H. Lipton



FUENTES:

La Biología de la Creencia, Bruce H. Lipton. Ed. Palmyra, 2007.

Secretos de un modo de orar olvidado. Gregg Braden. Sirio, 2013.

ADN y emociones. Gregg Braden, PDF.

El maestro del corazón. Annie Marquier. Ed. Luciernaga, 2015.

Neurobiología de las Emociones Feggy Ostrosky y Alicia Vélez. Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología. Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México. México, D.F., México.



Lucía Madrigal               



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