El Alimento es Energía Sutil


En 1930, el científico ruso Lakhovsky afirmaba que la vida era, ante todo, un legado de la energía. Llegó a decir que las células poseían circuitos oscilantes y quiso ver la fuente de esa energía oscilante en condriomas y cromosomas, que para él eran como tubos de materia aislante entre un líquido semejante al agua de mar. No se equivocó al afirmar que las células emiten energía, aunque su teoría quedara en el olvido. La podemos medir y todo el organismo realiza sus funciones gracias a potenciales eléctricos que las células son capaces de provocar.

Determinadas propiedades de los organismos vivos se transmiten electrónicamente. Así es como los órganos y las células se comunican, por receptores y emisores situados en el ADN y a través del líquido extracelular, muy buen conductor, por cierto.


Cada célula tiene en su interior una pequeña “pila”, la mitocondria que debe estar a pleno rendimiento para que nosotros nos mantengamos saludables. Es por eso que decimos que el alimento cumple una función energética y que no es lo mismo tomar alimentos de baja vibración que aquellos cuya vibración es más alta. La función del alimento es, por tanto, vitalizar y garantizar el metabolismo energético, basado en fenómenos de transmutación biológica, sintonización y resonancia entre órganos y alimentos. Cuando un alimento es de alta vibración, el organismo lo metaboliza sin ningún esfuerzo, la energía del alimento es transferida fácilmente a él, que además,se beneficia de este aporte energético elevado. Pero si la vibración del alimento es baja, el organismo tiene que bajar la suya propia para metabolizarlo, lo que supone para él un esfuerzo muy grande. Si este esfuerzo lo hace muy a menudo, el cuerpo se agota, baja su frecuencia, se desvitaliza y enferma. De ahí la importancia de mantener el patrón original de lo que comemos y de alimentarnos con  alimentos superiores como frutas, hortalizas y semillas que resuenen por encima de los 8.000 angstroms.


Todos los seres vivos partimos de unos campos energéticos de organización sutil o CEOS. El concepto de CEOS está asentado sobre, ambos, conocimiento científico e intuitivo y enraizado con todas las culturas ancestrales. La existencia de CEOS está basada en la idea de que todos los sistemas vivientes están rodeados e impregnados por un patrón energético, una especie de plantilla energética, que determina el funcionamiento de ese sistema en cada nivel. Son campos, a modo de los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, que están presentes antes de que se materialice la forma física. Es la energía, la fuerza vital sin la cual la materialización de la vida sería imposible.  Los CEOS existen antes de los niveles físicos de nuestra existencia  y están reflejados en los niveles sutiles de nuestros seres físicos, mentales y espirituales.

Si atendemos al alimento, encontramos que según la teoría mecanicista, su utilidad es medida sobre la base de la cantidad de proteínas, carbohidratos o grasa que contiene y su valor calórico. Pero esta teoría está incompleta, ya que no tiene en cuenta que el ser humano es un organismo de múltiples niveles que operan en planos mentales-corporales y espirituales y que abarcamos  una variedad de energías sutiles que sostienen la función vital. No nos alimentamos sólo de materia  sino también de energía.


Todos los seres vivos tienen CEOS. Cuando comemos se produce una interacción dinámica entre los CEOS del alimento y los nuestros. Lo que comemos es una de las formas específicas, en las que la energía de la naturaleza nos es transferida. El alimento fresco, crudo, vivo y sin procesar es el que más realza nuestros CEOS y por consiguiente es el más saludable para nosotros. La transferencia de estos CEOS, se explica también desde la idea de que no comemos sólo materia, sino que nos hacemos uno con todo lo que entra a nuestro interior. Al cocinar los alimentos los CEOS o la fuerza vital desaparecen. La plantilla se apaga y desaparece la función energética.

El profesor Israel Brekhman de la Far East Scientific Centre Academy of Sciences en Vladivostock desarrolló una medición denominada Unidades Significativas de Acción (USA), que aplicó a la cantidad de trabajo que podía hacer un animal, tras la ingestión de un alimento determinado. Él descubrió que los alimentos vivos tienen más de estas unidades Usa, que aquellos que han sido cocinados y que los animales podían trabajar por más tiempo, cuando comían alimentos sin procesar. El experimento desafía la teoría tradicional de que los alimentos portan la misma energía crudos que cocinados, porque este nuevo paradigma y comprensión de la nutrición sugiere que hay niveles energéticos adicionales, asociados al alimento y que comer crudo mejora los niveles de energía y la calidad de la salud del individuo, ya que esta se ve realzada por los CEOS.


Este fenómeno se puede comprender con las enzimas. Los alimentos vivos vienen con sus propias enzimas, que ayudan a la digestión cuando las ingerimos. La cocción inactiva las enzimas. Para compensar, el cuerpo consume sus enzimas de reserva, lo que da como  resultado una merma acelerada de sus propias enzimas. Teóricamente en el nivel de los CEOS  también ocurre esta disminución de los niveles de energía. Si aportamos energía a partir del alimento, energizamos a nuestros CEOS lo que nos permite revertir, en cierto grado, los procesos de envejecimiento. Esto se produce cuando el cuerpo transforma su desorden en orden, es decir,  se vuelve más organizado en su funcionamiento. El envejecimiento no es más que un aumento en la entropía o nivel de desorganización.

Todo esto no es un misterio, son leyes naturales, ya descritas en los sistemas curativos más antiguos cuya  efectividad ha sido probada en múltiples ocasiones. Con esta teoría de los CEOS podemos comprender mejor los procesos de salud, enfermedad  y envejecimiento. Somos energía y todos los procesos mentales, corporales o emocionales que no están regidos por las leyes naturales nos desordenan y nos hacen proclives a múltiples disfunciones.


La enfermedad no es más que un estado de desorden, provocado por la poca atención que nos prestamos, por nuestros malos hábitos de vida y por nuestra mala alimentación. Es verdad, que a estas alturas, parece que todo está permitido, que lo aguantamos todo, que nuestro organismo es una máquina que necesita sólo pastillas milagrosas (inexistentes, por cierto), y que, normalmente, nos cuestionamos muy poco las cosas. Pero sería de gran valor para la vida y para el mundo empezar a sentir la necesidad de amar y respetar a nuestro cuerpo. Eliminar el caos interno, promover la depuración y la limpieza, porque nunca veremos fuera lo que no tenemos dentro. Lo que nos rodea es un reflejo de nosotros mismos, podemos criticarlo, juzgarlo y tirar balones fuera. Sin embargo, con esa actitud no hacemos otra cosa que arremeter contra nosotros.



FUENTES:

Nutrición Consciente. Olivia González Alonso. Ediciones i, 2011.
Alimentación Consciente. Gabriel Cousens. Epidauro, 2011.
Nutrición vitalizante. Néstor Palmetti. Argentina, 2012.



Lucía Madrigal                  



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